sábado, 24 de julio de 2010

En el vuelo de Cartagena a Bogotá me tocó en la silla de atrás un niño que no se callaba!! fue total y completamente estresante hasta que me quede dormida, cuando me levante el dichoso niño seguía hablando y hablando...
Como no tenía más que hacer y no había manera de evitarlo me puse a oír la conversación...
Habló de las nubes y de Bogotá, reconoció calles que yo aún no sé donde quedan, habló de Cartagena y del mar, del centro y de cuando iban a volver... Y le hizo preguntas al papá, muchas, muchas, muchas preguntas...
Y en algún momento de la conversación me dí cuenta que los adultos no tienen las respuestas, nunca las han tenido, los niños tampoco las tienen, pero ellos no las necesitan, ellos confían ciegamente en lo que saben y lo que no se lo inventan, saber o no saber no hace gran diferencia mientras puedan seguir jugando, incluso cuando no saben son capaces de afirmar con toda la convicción del mundo que las cosas funcionan de esa manera, simplemente porque así parece funcionar o porque eso fue lo que entendieron de la exhaustiva explicación del papá... Y cuando les demuestras (porque eso sí, son tercos como ellos solos y necesitan pruebas tangibles) que así no funciona lo aceptan.
...
Quisiera tener mi vida así de clara, creer, ser capaz de cerrar los ojos y saltar... (cambié el tema, cierto?)

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